11 de junio de 2019



       A
veces me arrebata un impulso incontenible de escribir algo.
       Una vez plasmado en la pantalla y justo antes de dar el click en el botón de «publicar» me ataca el análisis impostergable sobre si es interesante o no el texto, luego si este amerita ser leído por terceros, después si será criticado o bien recibido, ahí nomás si le sobrevendrán comentarios de refutadores de toda idea que no coincida con la suya que no tendré ganas de responder, posteriormente me acuerdo que a mí no me importa lo que piensen los demás sobre lo que escribo y al toque recuerdo que me planteé alguna vez que esto último que dije es una gran mentira porque en menor o mayor medida a todos nos afectan las opiniones de nuestros semejantes.
       Este proceso lleva varios minutos y en el final del mismo decido borrar todo porque no tiene sentido pasar un mal rato por unas tontas palabras vertidas en una red social. Ahí me digo que no soy un tipo inseguro y que no puede ser que me venza el temor a no tener control sobre el futuro y vuelvo a empezar este mismo proceso una vez más.
       Varias veces más.