10 de diciembre de 2013

 
       Yo viví la dictadura. Era pendejito, pero la viví. También tengo vagos recuerdos de la anterior presidencia, la del General y luego la de Isabel: tiroteos, puentes amenazados con ser volados por los revolucionarios del pueblo, descontrol, temor. Todo eso derivó en un terror aún mayor del cual todos hemos leído alguna vez así que no voy a ahondar en detalles. Pero hoy festejamos 30 años de democracia. Que comenzaron con Alfonsín. ¡Qué huevos los del Alfonso! Porque a él le tocó bailar con la más fea. Hoy, con una fuerza militar diezmada económica y moralmente, yo también bajo el cuadro de un genocida de la pared y le cuento a la gilada que soy un héroe. Pero en aquella época, trayendo un arrastre de gobiernos constitucionales que duraron lo que dura dura, Raúl tuvo la titánica tarea de mantener vivas a las instituciones democráticas, luchando contra el poder económico, contra los militares que creían que este iba a ser otro período ventana para su costumbre de gobernar, contra los organismos internacionales que nos supieron endeudar y contra el peronismo. Sí, querido lector, el peronismo. Preguntale a Illia quién junto a los terratenientes golpeó las puertas de los cuarteles para que pusieran coto a la inoperancia de la "Tortuga". O a Alfonsín, preguntale quién había hecho un pacto con Magnetto para que no terminara su mandato y adelantara la asunción del Carlo.
       Luego vino la revolución productiva. O el cagarse en un pueblo que votó una política totalmente contraria a un neoliberalismo atroz y salvaje. Algunos todavía añoran el 1 a 1, el "deme dos" en Miami o la inflación casi inexistente. Todo esto sin analizar que el derrumbe del final de la segunda presidencia de Me*em fue su política recesiva, la privatización desembozada, la devastación del pequeño agricultor y de la industria nacional.
       Y vino Lobo del Aire, el tipo que se fue en un helicóptero. Cuesta entender que alguien que haya estado tantos años en el concierto político y cuyo fin primigenio era llegar a una presidencia haya mostrado tan poca preparación, tan escasa cintura, tanto desconocimiento de su cargo.
       Después, unos cuantos presidentes, de esos "reyes por un día", hasta llegar a Duhalde quién medianamente enderezó la economía y con ello consiguió posicionar a su pollo, un santacruceño del que nadie daba dos australes. El hombre de la cabeza contundente pensó que iba a poder seguir gobernando sin gobernar y puso todo su aparato político (qué en ese momento era inmenso) en función de ese tal Nestor. Pero Nestor, una vez conseguido el objetivo y luego de algunos meses de probar las mieles de la presidencia, le hizo la gran Cobos y lo bajó del proyecto a la primera de cambio.
       Lo que sigue la gran mayoría lo ha vivido. Hubo buenas y malas (aunque los k se hayan empecinado en librar de mácula a su gestión), hubo un cambio en la forma de ver la política por parte del común de la gente, hubo un revival de viejas glorias de la lengua argenta (gorila, golpista, oligarca), hubo subsidios de los que ayudan y también de los que sólo sirven para dibujar índices económicos, hubo estabilidad, hubo mentira, hubo y no hubo.
       Como sea, 30 años de democracia en Argentina es una eternidad. Y hay que agradecer a cada uno de los actores que encabezaron cada una de las etapas (sean de nuestro agrado o no) por hacer realidad lo que antes de los 80 era una quimera impensada. Y hacernos carne la idea de que "la peor de las democracias es superior a la mejor de las dictaduras". Y poder pensarlo y decirlo. Libremente. Por que de eso, principalmente de eso, se trata esa bendita palabra.