12 de abril de 2018


       Hay algunos momentos específicos en los que me siento viejo. Es cuando me embarga esa sensación tan común a nuestros padres al expresarnos ante determinadas situaciones un pensamiento que entre líneas suscribía a que "todo tiempo pasado fue mejor". Y me pasa con las redes sociales; soy nefasto con ellas, me siento incómodo, sinceramente no sé usarlas como corresponde, no manejo ciertas reglas básicas que muchos dan por sentadas y que determinan tu perfil ante los demás. Recuerdo la época en que tenía mi blog Los sobrinos de Tarantino y estaba en Taringa; subía y subía archivos a rolete, compartiendo material que no circulaba por la red. Lo hacía con la intención de encontrar gente con ideas afines, dialogar sobre esas películas o esos discos que eran parte de mi alma, formar lazos con otras personas (que particularmente creo que es uno de los objetivos que tenemos en esta vida). Allí hice perdurables amigos (con uno de ellos comparto apreciadísimos momentos radiales) pero se abrió el registro en la página y entró una carrada de pibes que sólo querían conseguir puntos para figurar en un ranking de nicks populares, ávidos de una fama de cabotaje que sólo ensalzaba sus necesitados egos.
Ante ese panorama me fuí de allí y recalé en Twitter. Eramos muy pocos, hacía escasos meses que había sido creado y allí me divertí muchísimo con gente muy piola y creativa hasta que llegaron los famosos (periodistas, actores, conductores y afines) popularizando la red y transformándola en un registro de quién era seguido por más gente y la tenía más larga. Aparecieron los grupos de RT, la sobada de espaldas para conseguir favs, la compra de seguidores, los cositos de la pizza, el copypaste descarado, la falsedad, el cobarde que se esconde detrás de un alias para hacerse el valiente diciendo cualquier barbaridad, el ego descontrolado. No me hallaba en ese entorno y lo abandoné a medias (sólo me retuiteo cada tanto para que no se muera la cuenta, uno no sabe si en el futuro para algo puede servir) y abrí mi Facebook.
Y aquí estoy en el presente, con mucha menos actividad que antes porque comprobé que para mí las redes sociales eran una droga y me quitaban momentos muy valederos con personas que quiero, alejándome de objetivos importantísimos succionándome el tiempo de una forma animal. Extrañando algunas cosas de la era no digital, como cuando los amigos no eran contactos, cuando tomabas algo con alguien sin necesidad de estar más pendiente del sonido de una notificación de una pantalla que de sus palabras, cuando eras por tu ser no por un número en una red, cuando las cosas lindas pasaban y la alegría no debía ser exhibida para autenticarla ante los demás, cuando éramos libres.
Ok, no me estoy sintiendo viejo, debo serlo por mis palabras y por negarme al paso del tiempo que transforma la realidad en algo diferente a lo que viví de pendejo. Pero pocas veces expongo lo que siento y hoy tenía la necesidad de hacerlo. Seguramente habrá amigos que están de acuerdo con mis palabras y otros que dirán que soy un pelotudo. A estos últimos, sepan disculpar.